
SANDRA TORAL CALDERON
ALUMNA DEL 2° SEMESTRE, GRUPO “B”, DE LA LICENCIATURA EN EDUCACIÓN PREESCOLAR Y PRIMARIA PARA EL MEDIO INDÍGENA, DE LA UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL, SEDE REGIONAL ZACAPOAXTLA PUE.
Hola mi nombre es Sandra Toral Calderón actualmente estudio el 2do. Semestre en la Universidad Pedagógica Nacional, mi asesor de Metodología de la Investigación, nos comentaba sobre una página de internet en la cual podemos publicar textos escritos por nosotros también nos mencionaba que el tema no importaba ya que el motivo de este serviría para mejorar nuestra manera de redactar un texto, mientras él nos comentaba dentro de mi cabeza pensaba, cual podría ser el tema después de darle muchas vueltas al asunto pensé: ¿porque no escribir y compartir un suceso de mi vida? ya que en este acontecimiento ya tengo la experiencia puesto que ya lo viví.
En un día martes mi pesadilla comenzaba me desperté, di los buenos días a mi familia, el sol resplandecía y salí de mi cama, impulsada por el quehacer de rutina (alistar el desayuno, planchar la ropa, despedir a mi familia, tender la cama etc. etc.) en un ratito tuve la oportunidad de recostarme en el sillón puesto que todavía estaba un poco adormilada.
Para esto, en el momento que yo me decidía a pararme nuevamente, mi pierna no me sostuvo más, era un dolor intenso que procedía desde mi cintura hasta la punta del dedo de mi pie, me recosté nuevamente para probar si se iba el dolor y no cesaba ni un poquito, mis lágrimas ya rodaban en mi rostro, me atormentaba el hecho de ver que no podía caminar; mi pequeña tenía que ir a la escuela y no la pude llevar; mi mundo se cerraba y mi angustia aumentaba y decía ¿qué voy hacer? Tengo que hacer mi quehacer, ir a mi servicio, hacer mi tarea para el sábado, abrir mi negocio, hacer la comida en fin.
Afortunadamente tengo una familia que está a mi lado tanto en los buenos como en los malos momentos, por ello grité a mi mama puesto que vivimos en la misma casa pero en un departamento aparte, el mío, ubicado arriba del de mi madre, ella subió sin demora y me preguntó ¿qué pasaba? le conteste lo que ocurría y viendo la situación llevo a mi hija a la escuela, mi esposo ya estaba en su trabajo y sin dudar le llamé, me respondió y le comenté lo que me había ocurrido y rápidamente llego a casa, sin pensar nos dirigimos a urgencias, llegamos a la institución y como de costumbre había muchísima gente y a esperar.
Para esto mi dolor iba en aumento, ahora ya ni siquiera podía sentarme, esperamos como unos 45 minutos, hasta que llegó mi turno, ya adentro del consultorio no pude contenerme más y me solté a llorar de sentir ese dolor tan inmenso, le expliqué al doctor y él con certeza me dijo; el dolor es ocasionado por tu nervio ciático, se fue y empezó a escribir en su máquina, le dio indicaciones a la enfermera, en ese momento quería (maldecir) porque ese horrible dolor ahí estaba constante.
La enfermera preparó dos inyecciones que me aplicó, de las cuales no sentí ni cosquilleo, me fui del hospital esperando una mejoría pero nada, pasaron 40 minutos después de la inyección y el dolor no disminuía, al contrario se tornaba más intenso.
Entramos al coche y yo trataba de sentarme correctamente pero el dolor no me lo permitía llego el punto en el cual la vergüenza desapareció y me daba de vueltas en el asiento, tanto que llegue a recostarme boca abajo en el sillón delantero, no aguantaba más, ahora deduzco que mi esposo al verme tan mal tomó la decisión de llevarme con un conocido de él, dicho doctor es quiropráctico y pues fuimos.
Ya estando en el consultorio del quiropráctico, mi esposo habló con él, le explicó el problema y el doctor le contestó: «no pues necesita alineación y balanceo», reí en ese momento aunque dentro de mí pensé: qué poca cortesía tiene ese hombre, pero bueno ya estando ahí no había vuelta atrás, me aplicó un spray que contenía anestesia y mágicamente desapareció el dolor, me dijo: «acuéstate sobre la cama», lo hice y me tronó cada huesito de todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, midió mis piernas y una estaba notablemente más corta que la otra, en ese momento salí caminando de ahí, sentí un alivio instantáneo aunque con mi autoestima muy baja; aún recuerdo que el quiropráctico me dijo: “cuídate porque enero y febrero desviejadero”, je, je, je, lo toleré pero en ese momento sólo pensaba en llegar a mi cama.
Después de dos días el dolor seguía pero ya era más leve, y ya era soportable me recetaron vitaminas, analgésicos, antiinflamatorios, mejorar la postura al sentarme, al caminar, comer sanamente, no realizar ejercicios bruscos, etc., etc. Actualmente aún tengo ese dolorcito pero no es nada, comparado como ese día.
No cabe duda que nadie valora su cuerpo, su tiempo, su espacio, las amistades, la familia, el simple hecho de poder caminar y dirigir tus pasos a donde tú quieras, hasta que lo pierdes, por eso te comparto esta anécdota te apuesto que tu no quisieras vivirla, por eso te recomiendo que valores cada minuto que vives porque no sabes qué pueda pasar mañana.
CUÍDATE…